Tenía 60 años cuando morí, no especificaré los detalles de mi muerte, pero morí de pie y por lo que creí toda mi vida.
En mi funeral había pocas personas, nadie me conocía tanto como para que les importase mi partida de éste mundo, entre todas solo había una cuya presencia importaba. Ella estaba ahí.
No había sermón, no había cura, no había nadie ya, era tarde y estaban por cerrar. Todo había sido pagado por adelantado de acuerdo a las instrucciones que había dejado hace tiempo atrás, pero ella seguía ahí, aferrada al último vistazo que me daría para toda la eternidad.
Tenía en sus manos las primeras fotos de cuando nos conocimos, éramos tan jóvenes en ese entonces, nos enamoramos niños y nos llegamos a amar con toda el alma como adultos, nuestro amor creció con nuestro cuerpo y a diferencia de nosotros éste no tenía fecha de expiración.
Se acercó a mi observaba mi rostro, yo sonreía, ella también, sabía que estaba en paz; metió la mano a su bolso y sacó una carta, una carta que escribí cuando aún estaba en mis 20s lleno de vida.
Esa carta había sido leída tantas veces que llegó a aprenderse el contenido de memoria y una frase se quedó por siempre grabada en su mente. Ésto fue lo que prometí en esa frase.
"...yo te amaré por siempre, aún muerto mi energía se volverá parte del universo y entonces, entonces, el universo también te amará como lo hice yo, por siempre..."
Tomo la carta y la colocó en mi bolsillo, me sonrió mientras una lágrima rodó por su mejilla y cayó en mi rostro y me dirigió éstas palabras, "adiós, amor mio, te regreso el alma que alguna vez me regalaste para que puedas descansar en paz y te prometo que algún día la mía se unirá a la tuya en el universo y por fin podrá existir nuestro amor perfecto."
Me beso por última vez en los labios y se marchó por última vez de mi lado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario