miércoles, 7 de agosto de 2013

Recuerdo las flores

No recuerdo mucho, pero recuerdo las flores.

La conocí hace ya tanto tiempo que la vida se ha llevado los recuerdos, pero me ha quedado el amor en el corazón

Recuerdo las flores, cada semana, sin excepción alguna ella era víctima de mis afectos, era víctima de mis rosas, de mis lilas pero sobre todo de mi alma. Víctima de mi amor.

Secuestré su corazón con mis labios y olvidé pedir rescate por el así que se quedó conmigo toda la vida. No dejé jamás de abrazarla y nunca dejaré de amarla.

Hoy ella parte del mundo, hoy ella se hace parte de algo más allá de existencia efímera humana en éste mundo retorcido por el odio, hoy es libre, hoy libero su corazón con gusto porque lo tuve muchos años y muchos años me quedan de ella para mi.

Fue cuando tenía 80 años que un día me paré frente a una vitrina de flores, vi mi reflejo, ¡Cómo había cambiado! Y en tan solo unos pocos años. Entré en el local, y me atendió una joven saludable, dueña de dicho negocio, una joven que sabía viviría más que yo y mi mujer juntos.

Le pedí que me hiciera una cuenta, quería un ramo de rosas cada semana a mi dirección con mi esposa como destinataria, durante 15 años más, sin importar si yo vivía o moría. Pagué y abandoné el local poniendo mi buena fe en aquella desconocida y su juventud.

Todas las semanas sin faltar ni una sola el ramo llegó, y mientras tuve oportunidad de dárselo en las manos y tener un pretexto más para verla sonreír... lo hice.

Para éste tiempo ya éramos viejos, ¡Y ella que quería morir joven! Disfrutó nietos y bisnietos, disfruto tanto y finalmente aprendió a cocinar, se le batía el arroz y se le quemaba la carne, pero sus pasteles siempre fueron lo mejor.

A mis 90 ya nada me funcionaba como debiera, a los 85 me morí por tercera vez y el médico me dijo que ya no me quedaba gran tiempo. Pero le prometí a ella que nunca la abandonaría, que ella se iría primero... y lo cumplí, como un muerto viviente, pero lo cumplí.

Recuerdo el día de su funeral, asistieron más de 500 personas, estaba lleno, llamé un día antes a la dueña de mi local de rosas, de su sonrisa prestada y le pedí que me trajera el resto de mi orden porque ya no la necesitaría más.

Y así fue, llegaron más de 3 camiones a retacar con ramos de rosas, todas rojas, justo como le gustaban a ella.

Parejas jóvenes asistieron, su labor con los animales de toda la vida la mantenía en constante trato con la loca juventud de estos tiempos. Y llegaron nuestros hijos. Recuerdo que Sylfi se veía particularmente hermosa ese día, sus hijos y los hijos de sus hijos nos acompañaban, puede que se haya mezclado todo el ADN familiar, pero algo perduró en la familia la sonrisa de ella, con esa calidad que podía derretir el corazón más duro de todos.

Repartimos los ramos por todo el recinto, hicimos una cama de rosas en su féretro y la vi hermosa, como siempre, desde el primer día que la conocí hasta el último que la ame.

En cada una de las butacas pusimos un ramillete, media docena de rosas para cada asistente, cada ramo leía la leyenda «Hoy comparto el amor que tuvimos toda la vida, contigo, esperando que encuentres el tuyo algún día».

Nos acercamos todos y besamos uno por uno su mejilla en despedida, me quedé yo de pie junto a ella todo el tiempo, jamás me separé como lo había prometido.

Y fue esa misma noche que puse mis asuntos en orden, ya no tenía ningún pendiente. Cumplí con darle hijos, cumplí con proteger a nuestra familia y cumplí con esperarla a ella. Ya solo me quedó esperar el cálido abrazo de la eternidad.

Y así fue, un día después yo partí, en mi sepelio no hubo gran fiesta, ni tampoco rosas, asistió la familia pero ya no derramaron lágrimas, entendieron que yo había cumplido mi tarea y era mi momento de partir.

Me colocaron junto a ella, y en mi lápida se podía leer «aquí yace un hombre que amó hasta el último día de su vida y cumplió todas sus promesas» y a mi lado se leía la de ella «aquí yace la inspiración de ese hombre».


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